22 septiembre, 2010

Dos Ojos & The Pit - Una experiencia personal

Llevo ya un tiempo considerable dándole vueltas a este post en concreto… solo puedo decir que lleva ya más de un mes “gestándose” entre mi cabeza y mis dedos, pero al tratarse de una experiencia personal (no mía) el cual pienso que ha sido un regalo especial que una persona, sin conocerme, quiso compartir conmigo desinteresadamente -y que por respeto a su intimidad lo llamare por sus iniciales JA.M- considere que había que dedicarle el tiempo que realmente se merece… no unos simple 30 minutos para dejar una simple “entrada nueva”.

Todo comenzó a raíz de un antiguo post acerca del Blue Hole de Dahab que publique en mi blog principal, y que es ahora la entrada predecesora a este en El Azul Profundo. Se puso en contacto conmigo a través de mi correo comentándome su opinión acerca de dicho post y al mismo tiempo contarme brevemente que el mismo tuvo una increíble experiencia en otro hole en México; luego yo le pedí, si él quería, que me contara con detalle toda su experiencia pues había despertado mi interés.


Hoy hacemos referencia al cenote conocido como "The Pit", una de las más espectaculares cuevas que forma parte del sistema Dos Ojos que se halla en el Ejido Jacinto Pat, municipio de Tulum (Península del Yacatan). Dicha cueva llega a una profundidad de unos 40-45 metros de profundidad con un ángulo de descenso de 45 grados; del sistema de cuevas inundadas de Dos Ojos ya se han documentado hasta 182 cuevas con una longitud total de 808 kms (datos tomados el 11 de septiembre de 2009 por el QRSS) y otras 34 cuevas en superficie que cubren una longitud de 32 kms. Dos ojos está catalogado como uno de los 5 sistemas de cuevas subacuáticas más largo del mundo y fue descubierto en la década de 1890. Además de “The Pit”, Dos ojos contiene la cueva más profunda acreditada hasta la actualidad conocida como el Pasaje de Quintana Roo con 118 metros. El sistema está conectado con el mar abierto, aunque todavía en la actualidad no se ha podido descubrir dicha conexión.

Entrada principal



Otro de los elementos que hacen que esta cueva destaque, además de por su innegable sobrecogedora belleza, es que en su interior se pueden encontrar diversos restos entre ellos el esqueleto de un animal, la mandíbula y otros restos de un ser humano (a saber de qué época) y restos de una fogata que datan de la era glaciar.

Este es el relato de la experiencia de JA.M, enviado en dos partes:
Primer email:
Hace un par de años buceé otro Blue Hole, éste en Belize. No tenía muchas horas de inmersión entonces y probablemente tampoco ahora las tenga. Bajamos como en caída libre tras saltar de la boca de un embudo arenoso a escasa profundidad. Bajamos hasta 43 metros, a la altura de unas columnas extrañamente góticas por entre las que se podía deambular. El agua parecía aceite, había adquirido una extraña densidad conferida, creo, por el tiempo que parecía dilatarse enormemente. Allí uno se siente entrar en contacto con misterios profundos y las sensaciones físicas ceden a otras formas de percepción fascinantes. Se intuye lo infinito. Embriagado, brota una pulsión de dejarse llevar, de incoporarse al vacío, de descender a esa magnífica soledad donde toda angustia parece haber cedido. Dicen que el Blue Hole se muere gente, unos por accidente o por imprudencia; a otros solo se les para el corazón. Me pregunto si habrá quien haya cesado por elección.
Al regresar de aquel viaje escribí mi primer cuento.
J.A

Segundo email:
En aquel año de 2008, también hice algunos cenotes. Hay uno al que llaman el Pit -bautizo anglófono- cerca de Tulum, Quintana Roo, México. Me dijeron que yo sería la persona que hacía aproximadamente 200 que iba a bucear ahí abajo. 200 es una gran posición una vez agotada la posibilidad de ser el 1, pensé. Y le entré. Éramos 6 y 2 dive masters, que eran pareja: un buzo local expatriado del imbuceable Distrito Federal y una antropóloga francesa de tierra adentro, linda y parca. Yo no conocía demasiado a ninguno y en el grupo ostentaba el rol de underdog: mis escasas 3 decenas de inmersiones no se comparaban ni de lejos con el no menos de una centenar que tenía cualquiera de mis compañeros. Pero cierto respeto me había granjeado por 1) ser español -inexplicable punto-, 2) hablar poco y 3) sacar a mi buddy de un lío en una inmersión con fuerte corriente y poca visibilidad. Para entonces ya llevábamos 4 días buceando y amaba al grupo en la medida en que amaba las experiencias que iba sumando. Creo que era algo común a los demás. Encajábamos. Supongo que no queríamos que acabara nunca. La vida ya había quedado muy atrás y delante solo estaba el sueño.
Nos condujeron en 2 camionetas pick-up selva adentro. Llegamos a ningún sitio y descendimos. Caminamos un poco hasta un terraplén que ocultaba un azaroso y brutal agujero que contenía un laguito de agua oscura. El polen le daba un aspecto oleaginoso. Bajamos el equipo con unas cuerdas y saltamos. El agua estaba fresca y sabía como el agua debió de saber en el Génesis si se hubieran molestado en describirlo: a fluido vital.
El descenso fue muy acelerado. Me agité. Cuando logré controlar velocidad de bajada y regulé adecuadamente comencé a registrar dónde estaba. La claridad del medio era meridiana, de una transparencia primigenia. Hacia abajo solo veía la nada, hacia arriba, más esperanzador, podía contemplar la entrada. Sus perfiles se difuminaban en un estallido de la luz. Parecía una ameba blanquiazul, una visión lisérgica que se alejaba irremediablemente. Perdí foco, mis pupilas hacían vanos esfuerzos. Atravesábamos un halo clina y la sal me devolvió nociones de realidad y automatismos: buceo y agua marina. Continuamos descendiendo hacia una capa de niebla humeante, una visión de terror gótico: absurdo pero indudable. Creo recordar que se trataba de ácido sulfhídrico que brotaba de la descomposición de restos orgánicos.
Traspasada la barrera de los 40 metros de profundidad iniciamos el recorrido en fila. La antropóloga francesa abría el grupo, yo la secundaba. Ascendíamos por la pared de una cueva de unas proporciones gigantescas. Las estalactitas y estalagmitas alcanzaban el tamaño de viejos faros. Recuerdo un silencio profundo, algo inverosímil dado el gorjeo de la respiración. Y una paz infinita. Sentí como si hubiera llegado a una región fronteriza del mundo y me adentrara en el territorio de la ficción. Solo respondía por mis constantes vitales y por los automatismos del buceo, el resto de mi identidad había sido capturada por el asombro. Era hermoso.
Superamos varias rocas grandes como colinas cubiertas de polvo y rematadas por estalagmitas, salimos al abismo y recuperamos la guía de la pared de la cueva. Recorriéndola pude ver decenas de pasajes que conducían quién sabe a qué tripa de la Tierra o a qué palacio del alma o de la memoria; éstas últimas son más las dimensiones que yo transitaba.
Recorrimos un ángulo de la pared trazando una curva abierta a la vez que nos aproximábamos al techo. Me detuve un instante suspendido en el vacío total y giré sobre mí mismo desentendiéndome de los caprichos geológicos de pared y bóveda. Solo entonces tuve una clara perspectiva del lugar. Estábamos en una cavidad gigantesca, veinte o treinta veces el tamaño de una catedral o un de un palacio con una serie de ábsides repartidos sin concierto. En el fondo predominaban 2 o tres montes y donde posara la vista, estalactitas como torres. Mis compañeros nos seguían a cierta distancia, el último puede que estuviera a 50 metros. Formaban en fila y estaban trazando la curva de la pared. Tuve la clara impresión de que eran astronautas flotando suavemente en el espacio. Me invadió la euforia. Mi buddy, la dive máster antropóloga, llamó mi atención. ¿Todo ok? Sí, supongo que sí.
Más adelante vi que se asomaba a una cavidad en una cornisa de la pared, me invitó a mirar. Encendí mi lámpara y el haz me descubrió una desordenada colección de huesos humanos. Una calavera me miraba desde sus vaciadas cuencas; una, pero había varias más, restos de los ancestros de los mayas yucatecos, que encontraron aquí el descanso ya fuera a causa de un oprobio, de una hazaña o de un inargumentable sacrificio. O no y quizás solo tropezaron en masa una noche sin luna. Estábamos ya cerca de la entrada y comprendí que esos huesos guardaban el regreso a la realidad. Nos recordaban que el lugar donde estábamos no era lugar para los vivos. La inmersión había sido solo una invitación que ya concluía: emergerás a superficie; volverás a tu mundo, el de los anhelos, las pasiones y las derrotas, y nos recordarás siempre aunque nosotros no te recordemos a ti. Lamenté marcharme, pero agradecí la vida devuelta. Hice unos minutos de parada de seguridad y salí del palacio a un agujero en la tierra roja.

 
"Lagos de mercurio"
Fluorescencias
Un "ojo de luz"
"Columnas" en el interior
Techo

Mandibula
Restos oseos
Restos de la "Fogata"

Espero que esta experiencia llegue tan hondo al lector como lo ha hecho conmigo y que disfrute tanto como yo. Y que cualquiera que quiera compartir su propia historia aqui, conmigo y con todos los navegantes de la red, estare encantada de leerle.

 Fuente de fotografías: www.aquacaves.com

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